domingo, 23 de junio de 2019

Poemas de Enrique Huaco

CONJUGANDO EL VERBO SER

Lo que soy, era,
desde hace mucho

Vengo desde adentro, vengo
desde que las cosas son.

Traigo mi infancia
en mi bolsillo:
amuletos,
globos, anillos
un pedazo de pita
para amarrar mi trompo,
una cometa de papel en la mano.

Mi cabeza de trapo surge
continuamente y se renueva.
Mi cabeza de trapo ardiendo me sigue,
me persigue
por detrás de los árboles.
Me aguaita desde los vidrios
pintados en la colinas;
en los maizales,
junto a caballos sonámbulos.

Al anochecer encuentro mi cabeza
en el fondo oscuro de las cisternas.
Ese soy yo, mirándome en el agua,
con la primera tristeza en el rostro.
Ese soy yo con la dulce y terrible
noche bajo los párpados.

Lo que soy, era,
desde hace mucho.

Vengo desde adentro, vengo
Desde que las cosas son.


CELEBRACIÓN

Fui al mar,
a oír cantar a todos los vivos
a ver mi rostro reflejado en la piedra,
mi rostro de sal,
antiguo y claro,
en la soledad secreta y transparente.

En la noche
subí
a lo más alto.

Vi cómo ángeles
cegados de sol
caían en curvas puras
sobre montes y los ríos.

Oí al mar alejándose
buscando el rumor de las profundidades,
al mar buscando al mar en la sombra,
la primera ave.


CONVERSACIÓN CON GABRIEL

Sácanos, si puedes, de donde estamos.
Ayúdanos a subir sin demasiado esfuerzo,
singularmente si es necesario,
pero enteros, con nuestro propio esqueleto,
dejando sólo lo indispensable,
algo así como nuestra cartera al partir,
o un cigarro encendido
en la oscuridad.

No puedo imaginarme sin mi mano derecha,
que ha estado conmigo
desde mil novecientos treinta y cuatro.

Mis hombros
son mi parte superior
y me pertenecen;
además nunca cambiarán;
tienen el color de la tierra donde camino.

La idea es simple.
No quiero ser otro

Y si no tengo mi cabeza,
y si no tengo mis huesos pequeños,
¿cómo abriré la mano para tocar esa palma
de lluvia
que cae?

O el ala que desciende
llena de luz
y me despierta.

Enrique Huaco. Nació en Oakland-California (1929). Viajo por distintas ciudades: Arequipa (a la que está vinculado por sus padres), Ciudad de México, Madrid, París. En 1967 se publica su único poemario Piel del tiempo, prologada por Pablo Neruda; al siguiente año fallece en Berkeley.

viernes, 25 de enero de 2019

Carlos Oliva, "el último poeta maldito".




Ayer se cumplió 25 años de la muerte de Carlos Oliva. Lo conocí en 1990 cuando fundamos, junto a unos ocho jóvenes, el grupo poético Neón, curioso nombre que él ya había puesto, con anterioridad, a un pequeño grupo. Lo conocí en la universidad San Marcos donde él estudiaba. Mejor dicho, adonde él iba a estudiar de vez en cuando o cuando podía, porque Carlos pertenecía más a las calles, a esas calles del Rímac y del Centro principalmente. Su poesía nacía de esa urbe pegada a las dos orillas del río hablador. Se sentía heredero de Rimbaud, de Ginsberg, de Enrique Verástegui. En realidad, todos los del grupo Neón nos sentíamos marcados por esa tradición maldita de la poesía. En medio de esos años oscuros, de muertes y violencia, el thánatos  imperaba en nuestra visión del mundo. Carlos fue el primero en irse, un 24 de enero de 1994. Tenía 34 años. Supongo en sus oídos sonaría un tema de Pink Floyd en ese momento en que un auto lo arrolló, y luego, tras el golpe mortal, aun seguirían resonando los Pink en su alma. Y es que, en su poesía, aun siendo breve, late lo más sublime que ha dejado el arte en el siglo XX. Carlos fue, efectivamente, el último poeta maldito, tal como él mismo lo proclamara en ese prólogo que escribió para el único libro que dejó escrito, publicado póstumamente, Lima o el largo camino de la desesperación. Han pasado 25 años y lo recuerdo nítidamente en varios momentos, con esa figura delgada, un tipo de 1.80 aproximadamente, sus ojos verdes y saltones, jean y camisa casi siempre; lo veo venir a pie del Rímac, doblando el jirón Cailloma hacia Quilca, entrando al bar Las Rejas, desplegando sus hojas bond A4, leyendo sus poemas con esa voz algo aguda y afónica, una mano sosteniendo el papel, la otra el vaso de Cienfuegos, mientras afuera la ciudad, ya de noche, lo aguardaba nuevamente con su no sé qué balbuciente.

Miguel Ildefonso
25 de enero de 2019.

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