lunes, 29 de agosto de 2011

Ángel eléctrico. Un paseo inmoral con Gustavo Cerati en Arequipa


Por César Gutiérrez

Track1.- Es nuestro Bowery. Es nuestra South Street de bolsillo, nuestra Abbey Road de crepé. Y corre desde la Plaza de Armas hasta el parque San Francisco. Desde ese parque, los que entonces éramos lo que éramos y éramos unos perfectos delicuescentes juveniles en combustión perpetua, despegábamos diariamente rumbo a las estrellas: cuatro de la mañana y continuábamos trasladando líquidos del polietileno al cristal: batir.
Era la calle de leguleyos, tinterillos, tramitadores, jurisperitos y similares: fauna residual, ya se sabe. Hasta que en 1994 el improbable dueto compuesto por un rockero arequipeño y un comerciante suizo generó la presencia de un pub con demasiado olor a pop. Y la calle se llenó de bares. Y con los bares llegaron los borrachos. Y ya se sabe: nevada + alcohol = crimen.

Track 2.- Estoy parado en el lugar exacto del crimen (¿Qué otra cosa puedo hacer? / si no olvido, moriré). Estoy parado en el ángulo agudo de San Francisco con Ugarte, es la 1.09 de la madrugada del viernes 15 de setiembre, siete líneas de orín sin zigzag se arrastran desde el edificio de La Positiva hasta el Convento de Santa Catalina, el origen es una station wagon con las puertas abiertas y siete bestias con sorround bailando en ese vaho aceitoso que precede a la guerra. Baila la guerra y yo necesito una cápsula que me dispare bien lejos. Hasta que, de pronto, frente a mis ojos aparece Gustavo Cerati, en vivo y en directo.
—¿Gustavo?
Los enormes ojos azules de Cerati me examinan velozmente, sus labios pronuncian algo así como un cómo andás y luego él, sus ojos, su piel de denim, sus dos chicas y su leyenda se pierden calle abajo, esquivando borrachos.

Track 3.- La noche previa, el editor de esta revista y un seguro servidor habían estado en casa de este último escogiendo algunas joyas del arte moderno (Ahí vamos, Hip-o Records, 2006): entre Jugo de Luna y Lago en el Cielo, el primero se decantaba por el segundo y el segundo por el primero. Luego se procedió a doblar el codo mientras en el dvd desfilaban: Lisa, Te llevo para que me lleves, Pulsar, Puente, Paseo Inmoral, Tabú, Engaña, Río Babel, Cosas Imposibles, Karaoke, Artefacto, Canción animal y Corazón delator por gentileza de Image Entertainment, 2004.
Luego, las trece canciones del Ahí vamos volaron hasta el i-Pod y la noche se hizo Déjà Vu: bailar. Al despertar, ambas canciones seguían girando en la coctelera de mi cráneo como las aspas de un helicóptero Apache en Bagdad.

Track 4.- 1:09 a.m.: acabo de salir del Ad Libitum y espero al señor editor y a otro amigo porque queremos ir a bailar otra vez. Como una exhalación, acaba de pasar Cerati y mis docmartens cobran vida propia: empiezan a duplicar los pasos del ex Fricción, del ex Soda, del dueño del disco eterno y del sueño estéreo que está sobrevolando nuestra pequeña Ciudad de la Furia: avanza rápido y avanzo rápido, diez pasos y lo tengo en la mira, cinco más y logro cazarlo a la altura del Pasaje de la Catedral:
—Gustavo, hace muchos años te entrevisté en tu estudio de Suipacha, soy el periodista inútil de la grabadora que no funcionó. Espero que hayas olvidado ese incidente, pero espero que no te hayas olvidado de mí.

Cerati frena un poco, sus dos chicas me miran, las luces del portal de Flores nos empiezan a lamer, Cerati vuelve a acelerar, Cerati me examina mejor, Cerati gira levemente y luego Cerati me está dando la mano:
—Ché, ¿como andás? ¿Todo bien?

Track 5.- La chispa de un alerón incrustándose en mis ojos es el preámbulo de un suave aterrizaje en Ezeiza, el brillo de una minifalda de cuero negro es mi guía en Sadaic y luego estoy en la sala de prensa de Soda Stereo —Suipacha al 300— mirando la curvatura de la Tierra: Cerati me dice muchas cosas mientras toma Cocacola y yo no me percato que las rueditas de la grabadora no se mueven. Pasa la media hora reglamentaria y dos periodistas chilenos esperan su turno. Gustavo, le digo, no ha grabado nada, pero no importa, para eso está la memoria. Cerati me dice sentate, probá otra vez, Cerati se queda allí y me pide rehacer la entrevista, no lo puedo creer, sabía que eras amable pero no tanto, andá me dice, andá, rec, la grabadora empieza a andar y más avergonzado de lo debido empiezo a darle otra vez al cuestionario.

Era 1995 y el planeta flotaba en Sueño Estéreo.

Track 6.- 1:14 a.m.: Gustavo Cerati tiene una cerveza en la mano y una chica a su costado, la otra chica camina conmigo, ¿de donde eres?, colombiana, las dos somos de Medellín, ajá, ¿se acaban de enganchar en la gira?, sí, la semana pasada, ajá, ¿son groupies?, noooooooo, protesta, sonríe, tiene una sonrisa marca Fresh, la chica que está con Cerati es preciosa, ¿son modelos? , pregunto, dice no, amigas de la música nada más, la colombiana habla cantando, la colombiana es guapísima y tiene un excelente sentido del humor, ahora hemos llegado al vértice de la Plaza de Armas con la Catedral, el cantante se sube a las escaleras de mármol y estira las manos, sorbe un trago de su cusqueña, ¡¡¡Cerati!!!, gritan de la acera de enfrente, de los arcos del portal, viene un muchacho, debe tener unos 24, hola Gustavo, soy un fan tuyo, le dice, el muchacho desgarbado parece un loquito de la calle, Cerati le da la mano, Cerati le sonríe, parece estar feliz: Cerati se acerca y me pregunta donde hay un bar abierto, yo miro hacia arriba, miro hacia ese extraordinario mirador con chelas sobre el Hotel Portal en el que pasé algunas tardes con esa chica turca, pero está cerrado, le digo, le digo también que para eso es mejor volver a la calle por la que vinimos, allí están todos, Cerati me dice ok y me ofrece su botella, gracias Gustavo, salud, bebo y se la paso a la colombiana de mi costado, ¿eres del cartel de Medellín?, le digo, su sonrisa rebota en las cuatro columnas de la Catedral, ¿y este es tu amigo?, contraataca ella, no, mis amigos son peores, sonríen las dos, Gustavo se acerca y nos dice ¿vamos?, entonces me acerco a él y empezamos a caminar calle arriba.

Y entonces me siento como el piloto de un bombardero nuclear que tiene el mejor copiloto y la mejor tripulación y se dispone a apretar el botón rojo. Cosa que hago en esos momentos y la hermosa ciudad que está en la mira empieza a desaparecer.

Track 7.- —Has hecho un excelente disco, Gustavo. Se nota que tenías muchas ganas de volver a la guitarra…
—¿Así? Mirá vos, me alegra eso…
—¿Cuál te gusta más? ¿Jugo en el cielo o Luna en el lago? —le pregunto, haciendo un juego de palabras con ambas canciones, Cerati sonríe, desde la vereda de enfrente no se oyen los disparos pero se ven los flashes, están empezando a ametrallarlo, estoy en la misma trinchera y es inevitable que me caigan las esquirlas.
—Sí, bonito juego de palabras.
—A Federico Moura le encantaba jugar con eso, ¿no?
—Sí, pero más a Jacobi, que era el que más letras ponía. ¿Vos conociste a Federico?
—En Lima, la única vez que vino. Pero en Buenos Aires fui hasta su tienda de diseño en Suipacha, cerca de vuestro estudio, pero nunca llegué a conocerlo realmente.
—Un genio Federico, me dolió mucho como terminó todo eso, fíjate que él acababa de colaborar con nosotros, acababa de producirnos el primer disco y se fue a Brasil, pero cuando…

1:22 a.m.: Hemos llegado al ecuador de la calle y las chicas, que venían atrás, irrumpen: tenemos hambre, ¿acá podemos comer un sándwich?, preguntan haciéndonos frenar en La Alemana, sí chicas, avanti, Cerati se queda conmigo afuera, es cuando aparecen Patrick, el editor de esta revista, y el señor Pato Laguna, Gustavo, te presento a mis amigos, son el terror de esta ciudad, sonríen los tres, se dan la mano, las chicas llaman a Gustavo y Gustavo entra al snack, alguien grita ¡Soda! y los flashes se precipitan sobre la estrella, caen muchos, caerán más, caerán demasiados y sin trueno porque esta estrella está empezando a brillar en esta noche. Y esta noche ya es una noche larga.

Track 8.- Estamos buscando un bar y pensé llevarlo a Estambul, me parece un lugar tranquilo y creo que le gustaría, pero mejor no porque su dueña debe ser la única chica de la ciudad que no sabe quién es Gustavo Cerati, digo, mis amigos se ríen, adentro Cerati está conversando con sus chicas, mejor vamos al Zero, me dice Patrick, el Pato asiente, el Pato no se contiene y entra a decírselo a Cerati, le dice algo más y cuando terminan de comer salen todos, Cerati me dice ¿qué tal es ese lugar?, es el Hard Rock de este pueblo, le digo.
—¿Y seguís haciendo periodismo?
—A veces, eso depende de mi grabadora.

Track 9.- Cerati, junto a Manu Chao, debe ser la estrella más amable con la que he caminado en una calle. Pero, a diferencia del francés, el argentino es más alto y destaca sobre la multitud, Cerati es imponente e inconfundible, Cerati bebe su cerveza y la comparte, sobre todo ahora que estamos llegando a la esquina del crimen y aparece una pequeña nube de cámaras digitales: vuelvo a salir en fotos que nunca veré, Gustavo firma autógrafos, vienen más lapiceros y llueven más flashes y Cerati se me acerca como buscando protección, Ahí Vamos, le digo, suelta una risa larga y avanzamos más rápido, más y más rápido y volteo hacia atrás: Patrick y el Pato hablan muy animadamente con las colombianas, Cerati está algo abrumado y quiere sentarse, ya llegamos le digo mientras doblamos por el enorme pórtico del Zero, subiendo las escaleras alfombradas, deteniéndonos en la puerta, descansando un poco, sudando un poco, mirando cómo las camaritas se han convertido en pequeñas chispas de iridio en esta noche que ya se ha hecho eterna.

Track 10.- —¿Así que sos el Joyce de Arequipa?
Patrick ha subido primero y nos espera en la puerta del bar principal. Juan Carlos Salas, chamán del Zero, acaba de poner El último concierto sin saber que veníamos, razón por la cual, cuando llegamos a la puerta, Cerati nos dice sho no quiero estar en un bar escuchando mis temas, entonces Patrick le pregunta si preferiría, por ejemplo, a Bowie, claro que sí, dice, Patrick va a la barra y regresa levitando junto al Delgado Duke Blanco.
Patrick O’Brien es mi mejor amigo y el Pato uno de los que peor miente en el Perú. Me refiero a lo de Joyce, desafortunado incidente que ocurre cuando estamos sentados en el enorme sillón circular, de izquierda a derecha: ella, ella, Cerati, yo, Patrick, el Pato y el loquito de la Plaza, que se ha filtrado y empieza a remojarse en pilsener. ¿Qué había pasado? Mientras estuve en el baño, Laguna se sentó junto a Gustavo y le habló de mí, de mi chamba, de la curiosa tormentita mediática que rodea la salida de mi primera novela .
—Yo solo leí Dublinenses, jamás pude terminar el Ulises, ¿vos lo lograste? —me pregunta Cerati apenas vuelvo.
—Tampoco pude. Es muy difícil, pero es polifónico, alterna muchas voces, supongo que Joyce ahora sería un Dj.
Cerati sonríe, mi memoria lo trae desde Buenos Aires, lo recuerdo muy amable pero algo parco, no sabía que era tan alegre: no lo conozco casi nada: aquella entrevista, sus declaraciones en la tele y tres dvds no dicen mucho. Pero esta noche está especialmente feliz y dispuesto y pienso que lo del dublinense-diyei puede ser un excelente punto de partida para hablar de samplers.

Track 11.- El romance de Cerati con la electricidad viene de lejos pero se consolida con Melero. Si Dynamo (1992) oficia como piedra de toque (Vuelta por el universo, Toma la ruta, En remolinos, Primavera 0, Luna roja, Texturas) Sueño Estéreo (1995) le sube el voltaje (Zoom, Efecto doopler, Planta, Moirè). Pero la tendencia se agudiza, claro, en Amor Amarillo (Lisa, Te Llevo Para Que Me Lleves, Pulsar, Av. Alcorta, Rombos) y muy especialmente en Siempre es hoy (Cosas Imposibles, Artefacto, Amo dejarte así, Tu cicatriz en mí, Sulky, Casa, Vivo). Reversiones será, entonces, el clímax del remix y los Episodios Románticos la usina donde se cocina su garganta, como Ícaro en el sol.

Track 12.- —¿Tú crees que la electrónica ha "inventado" una nueva tradición o actualiza la ya existente?
—La electrónica sirve para muchas cosas, de hecho genera una nueva estética, crea y recrea una poderosa y nueva tradición, abre nuevos caminos para deconstruir el sonido, posibilita que la música de baile de convierta en el elemento escapista del fin de semana, hace muchas cosas a la vez.
—¿Estás de acuerdo con que el sampler es el gran revolucionario del siglo XX?
—Sin duda, es el gran instrumento del siglo XX, permite jugar con los sonidos, tenés muchos recursos a la mano, ha cambiado la química, la recreación de los espacios, la reescritura de los tempos, reorganiza mejor el caos sonoro, decodifica los patrones originales, cada tecnología trae una nueva manera de enfrentarse ante el problema de la creación, de la autoría.
—¿Y esa es una vena que se agotó para ti?
—Por el momento sí, no sé qué pasará después.
—Sin embargo la onda electrónica en argentina viene de muy lejos, en 1984 conocí por ejemplo a un tipo llamado Carlos Alonso.
—¿?
—Muy amigo de Melero, tenía un grupo llamado Uno Por Uno.
—¿Así? Me suena, me suena
—Claro, tocaba en el Paracultural, era de la movida del Café Einstein, de Cemento, de la Recoleta…
—Mirá vos, no sabía.
—¿Tú no ibas por esos lados?
—No mucho, a Cemento sí, allí tenía muchos amigos.
—¿Coleman, por ejemplo? Al fin están juntos.
—Bueno sí, es muy cómodo tocar con un amigo, la cosa flushe con más, qué se sho, naturalidad, ¿victe?
(Como bien comprenderán, la reconstrucción de este diálogo tiene graves fracturas de memoria tempo/espacial a causa de: 1) la intermitente ingestión de lúpulo y sus derivados 2) la intermitente presencia de fans que vienen y se sientan para la foto/autógrafo/risita y 3) por el peso específico de una estrella, el peso de la estrella más genuina y deslumbrante del rock latinoamericano).

Track 13.- 2:05: En algún momento de la noche me debo haber estacionado junto a Flora, la amiga de la novia de Gustavo. Me habla de la frialdad de los peruanos que contrasta con la súbita espontaneidad de estos tres arequipeños, me hace algunas propuestas que no puedo reproducir pero que Gustavo escucha y dice “no”. Hay una hermosa colección de tragos sobre la mesa, los viajes al baño se imponen. Juan Carlos, director de orquesta del Zero, ha puesto un vigilante en la puerta y se escuchan murmullos, agolpándose. Patrick y su martini son el gran filtro que tienen que superar los postulantes a foto/autógrafo/risita. Cerati besa a su chica, Cerati quiere estar más cerca de ella y entonces todos nos ocupamos menos de ellos y más de nosotros: Flora acaba de adquirir una repentina locuacidad. Los flashes rebotan en el brillo de sus labios, los flashes nos alcanzan, los flashes son pequeños relámpagos que perforan el humo y empiezan a levitar en el vaho eterno de esta noche larga: los flashes nos están conduciendo a un no-lugar en el que las formas primero se estrechan y después se ablandan.
Luego no recuerdo, no quiero recordar más porque todo empieza a desaparecer y a cortarse y a sangrar entre formas de acero inolvidable.

Track 14.- Hace un tiempo atrás / Pensé en escribirle / Que nunca sorteé las trampas del amor / De aquel amor de música ligera / Nada nos libra / Nada más queda.

B O N U S T R A C K
Track 15.- (Noche siguiente: 20:00 Hrs., Cerro Juli)
Gentilmente invitado por la periodista Mabel Cáceres y junto al cineasta mistiano/teutón Miguel Barreda, llego al atiborrado teatro de operaciones. En maniobra de imperecedero criollismo, logramos filtrarnos muy adelante, en el lugar de Cocó Herrera, músico amigo y amigo de los amigos músicos nacionales e internacionales. Cocó cree que esta noche habrán muchas sorpresas, dice: si en el 86 estrenó en Arequipa Prófugos, si el 87 estrenó El blues de Arequipa y el 27 de octubre de 1995 estrenó Té para 3, te aseguro que Cerati algo se trae esta noche.
Ya adentro, el que primero se trae algo es Miguel: tres cervezas negras, claro. Y cuando se empieza a rasgar la cortina blanca y negra del Ahí Vamos, la silueta de Gustavo, el ángel eléctrico, empieza a cortar la noche (21:30). Y entonces todos empezamos a sangrar con los cuatro primeros cortes del último disco: Al fin sucede, La excepción, Uno entre mil y esa primera joya llamada Adiós. Hola Arequipa, dice, lanzando una Bomba de tiempo en clave tribal que será empatada con una Caravana de mil voltios para la primera descarga electrónica (que pulveriza).
Ahora presenta a Coleman–Samalea de Fricción, la escenografía electrónica muta a naranja y las telas del corazón sufren con la primera dosis melancólica: Ecos. Luego dice he aquí un estreno y el duelo de guitarras delinea una extraña, colorida y hermosa Vuelta por el universo. Luego dice no seas hija de puta y Toma la ruta, potencia que viaja hasta estacionarse en las bellísimas Médium y Me quedo aquí para cerrar el set con una delicada versión de Engaña repleta de loops, mutando al boogie. Luego pide silencio y Gustavo Cerati, el maestro, empieza a hacer trepar sus dedos por el diapasón para obsequiarnos, de lejos, el solo más virtuoso y memorable que ser intergaláctico alguno haya generado en estas tierras: es Té para 3, tema con el que primero cava y después baila sobre la tumba de ese anciano predicador llamado Santana.
El rush final arranca con electrónica pura al servicio de la cámara de ecos hasta construir una canción opresiva como un artefacto a punto de estallar, potente como una bomba de racimo con demasiadas horas bajo en el sol. Y cuando la atmósfera ha quedado perfectamente eléctrica, conmovedora y brillante, dice: Richard les va a mostrar la pija. Entonces regresan las guitarras poderosas y, acercándose al house, esculpen esa obra maestra llamada Siempre es hoy seguida por un monumento a la electricidad: Vivo. El asfalto es lujoso, el juego es en pared entre un teclado amable y dos guitarras dulces, paredes que van marcando unos tiempos que los tambores vuelven marciales y una voz que se queda rasgando el aire, estamos en el aire. Y se van.
Más cervezas para mojar el bis que parte con un poema en forma de canción, Crimen, seguido por las chispas de una guitarra disparada contra el oído medio, el acompañamiento es industrial y la voz que nuevamente nos desquicia, Paseo inmoral, hasta la enésima gran explosión de la noche: hace 19 años estrenamos esta canción aquí, en Arequipa, dice. Y ocurre la explosión termonuclear: Prófugos. Para que la velocidad se triture cuando el hierro candente texturado en Fender insista: Gustavo Cerati afila las cuerdas y, con el relámpago, borda una de las canciones más hermosas jamás creadas por el hombre: Lago en el cielo.
Luego tiende un Puente enorme, sólido, eterno, invulnerable antes de ir picando las cuerdas hasta acercarnos a esa especie de Shangri-La llamado Jugo de Luna, una obra maestra que solo puede estar a la altura del mejor artillero y del mejor letrista en lengua española: esa canción glam, cortante, de niebla, de ecos rebotadores, esa canción en la que Gustavo expone su vena Sci-Fi se transforma en un come down de grado o fuerza: alud plateado / en este cuarto no hay gravedad / empiezas a temblar…
El final potente, largo, recargado, el final es un fuego cruzado que florece en un clima de nostalgia futurista ejerciendo tracción sobre una voz que se desangra en su cárcel de vidrio: solo después de haber agotado tantos Signos que corren por las venas, salgo del Ruido Blanco o de esta Canción Animal o de este Sueño Estéreo alimentando los motores de un Dynamo que dispara mi Doble Vida hacia espacios de Confort y Música para Volar: burbujas de luz entre oropeles, tensiones que se arropan entre explosiones, Cerati es un sujeto francamente admirable.
Aunque, claro, estas son cosas que no se le pueden decir cuando has prometido enviarle una crónica larga de esta noche eterna y empiezas a estimarlo como amigo.


Tomado de aquí.

miércoles, 10 de agosto de 2011

El Dios Quintino

Por Oswaldo Chanove

Todos los poetas son santos. Quintino tendría su puesto en el Escuadrón Azul. O rojo. O verde. ¿De qué color pintaría uno a Quintino? Pero no, Quintino era el Dios, y Dios sólo es un resplandor. Quintino fue un dirigente trotskista que recibió un fuerte golpe en la cabeza. Había estado departiendo cordialmente en un local de higiene sexual en el cercano balneario de Mollendo cuando, inesperadamente, un estalinista le rompió una silla contra la nuca. Todo indica que el daño fue irreversible, que el filo del viejo roble (o cedro) de la silla aplastó algo en alguna parte. Y produjo una hemorragia que dejó sangre seca. Y el coágulo presionaba el seso. Toda una serie de acontecimientos para llegar al punto de quiebre de una vida. Todos esos hechos, esa cadena, para que aquel buen hijo de familia dejase para siempre de expresar frases de sentido común, consignas de la revolución permanente, vivas al Melgar F.B.C.

Quintino había sido el hijo preciado de una estirpe de obreros gráficos que desde el siglo XIX domiciliaban en un par de habitaciones del Castillo del Diablo. Era ampliamente conocido y considerado, por amigos y familiares, y se decía que poseía excelente ortografía, y que los códigos estaban impresos con tinta indeleble en su cabeza, y que ya casi tenía a punto algunas severas reformas. Varios dirigentes de la clase obrera asistieron a la misa de salud que se realizó en la Capilla del Solar. Había sido evacuado de la sala de trauma del Hospital Goyeneche. Pobre hombre. Se loqueó. El reputado siquiatra Dr. Ángel Chicata había prescrito un procedimiento radical. No hay muchos testigos fiables de aquella época, pero no se tiene noticia que un comportamiento violento haya impulsado a recurrir a los electrodos. Más bien parece que fue un acto bien intencionado. Y cuando al fin, un par de años después, fue dado de alta, Quintino empujó suavemente la silla hacia atrás y se incorporó. Empezó entonces a hilvanar una puntillosa declaración. Casi un manifiesto. Anunció (a los amigos y familiares que se habían reunido para agasajarlo en la picantería el Gato Negro, a pocos metros de la calle Puente Bolognesi) que su verdadero nombre era Quintino. Explicó que había descubierto la personalidad secreta de Dios. Dijo que el universo era una monarquía, y que la esencia sagrada del universo era el Quintinol. Las fuerzas negativas, lo maligno, lo vil, lo mezquino, lo malhumorado, lo torpe, lo mediocre, todo, todo ha sido embotellado en unos seres de rostro espantoso conocidos como Sanguinorios. Los Sanguinorios son personajes que en ocasiones visten de blanco. Incluso llevan zapatos blancos y calcetines blancos. Y Quintino aquel día colocó sobre la mesa -empujando su arroz con pato-, un cartapacio repleto con documentos que probaban, que revelaban, que desvelaban por qué se ama, por qué se odia, porque la melancolía es una forma bella de estar triste. Ante la mirada estupefacta de su madre, Quintino sacó varios pliegos de papel periódico. Aquí está el verdadero anteproyecto de las torres de la Catedral. El plano. El croquis perdido. El que fue dictado. El que fue traicionado. A partir de aquella tarde la ciudad de Arequipa fue reconocida para siempre como cuna del Quintinol. Y Quintino era el Dios viviente y sumo pontífice que, cada mañana, despertaba para conducir el nuevo día. Magno pero diligente. Sereno. Siguiendo alguna forma de disciplina. Y normalmente prefería las oficinas oscuras del Palacio Arzobispal, pero no era infrecuente encontrarlo instalado detrás del gran escritorio del burgomaestre. La prefectura era también otro de sus centros de trabajo favoritos. Normalmente era recibido con alegre cordialidad por los ujieres, y, los oficinistas, sin ninguna excepción, alzaban un brazo, o le palmeaban el hombro, o simplemente gritaban entusiastas. Clamaban. Alababan. Vitoreaban. ¡Quintino! ¡Quintino! Pero Quintino no sólo cumplía con sus responsabilidades burocráticas. Su interés por la cultura la granjeó una reputación. Se daba tiempo para presentarse en las aulas del viejo local de la Facultad de Derecho (hoy Complejo Cultural Chávez de la Rosa) para explicar los principios de la jurisprudencia del Quintinol. “La más elevada comprensión se considera la más alta justicia”, decía. “Entender a los seres más allá de sus motivaciones circunstanciales es la ruta del Quintinol.” “La piedad no es fruto de la flaqueza sino consecuencia de una claridad superior.”

Una hermosa mañana de julio me acerqué a Quintino y le estreché la mano. Quintino me correspondió, afable, inmenso, y hasta me dedicó una sonrisa de entendimiento en medio de la multitud. Imaginé que alguien colocaba un lente gran angular de 28 mm en la bóveda. Imaginé que el obturador de la cámara hacía ese hermoso chasquido 36 veces. “El Dios Quintino rodeado de simples mortales”. Agité un poco el vino sacramental frente a mis ojos y me alejé purificado.


Tomado de aquí.

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