Por Juan Zamudio
El libro-homenaje, Lima o el largo camino de la desesperación, al poeta Carlos Oliva (Lima, 1960 - 1994), fue editado en la ciudad sureña de Arequipa, espacio que está articulándose o haciéndose a una modernidad periférica -modernidad entendida como un organismo que segrega sus beneficios a la periferia de un modo diferido y reciclado-, por ser el centro (países desarrollados) desde donde se digita dicho proceso funcional a sí mismo. El centro hace de dicho proceso diferido en la periferia, es decir, la modernidad que llega a Arequipa a finales del 90 es similar y no simultanea a la de Lima de inicios del 90, y es por ello que este libro-homenaje es simbólico y refleja una sensibilidad urbana en lo discursivo. De algún modo el discurso urbano en la literatura arequipeña tiene una ausencia y la modernidad va por las calles y permanece en los ojos, en las actitudes, de los sujetos que conviven con ella. Arequipa es una ciudad que tuvo acercamientos ambiguos a lo urbano en lo literario en los 80, al ritmo de los grupos literarios "Ómnibus" (Oswaldo Chanove, Alonso Ruiz Rosas, Misael Ramos), "La gran flauta" (José Gabriel Valdivia, Leandro Medina...) y demás grupos que eran fervientemente sociales; ya en los 90 se pasa a un lenguaje metapoético, estrategia que se despliega al negociar la identidad en la página, siendo Carlos Tapia, poeta y músico, quien tuvo una manera de abordar los cambios que en modernidad pasaba Arequipa, ciudad conservadora en sí -en múltiples sentidos-, en su primer libro de poemas Música para afeitarse.
A finales del 90, la identidad deja de ser un anclaje, estática, para ser móvil, negociada, en lo público y privado, es decir, las identidades son cambiantes; haciendo uso o parafraseando al narrador Ribeyro, quien dice: el yo es una especie de gaveta con múltiples cajones, y cada persona que se hace fraterna a uno tiene la llave de un cajón de dicha gaveta, dejando los demás compartimentos de uno inaccesibles al otro (Prosas apátridas). Y el leer a Oliva fue abrir un cajón de la gaveta que no había sido visto bajo las luces de neón, a través de una antología de la literatura peruana (II tomos) que armó Ricardo Gonzáles Vigil, siendo Oliva antologado en la generación del 90, y surgió la inquietud de hallar el poemario póstumo, editado el 95, en un viaje a Lima el verano del 2003; libro que hallé, en copias, por medio de un amigo de San Marcos.
Posteriormente, la idea de reeditar el poemario de Oliva surge, porque el 2004 se cumplían 10 años de su desaparición y entré en contacto con sus compañeros de ruta por la vía del internet para homenajear su poesía, y también me comuniqué con su familia en otro viaje a Lima, el verano del 2005. La edición fue lenta y se fue ampliando con un prólogo del poeta y ensayista Paolo de Lima; y prosigue con el poemario que Oliva dejó armado; y se pasa a la sección "otros poemas", que se abre con una crónica del poeta Róger Santiváñez, congregando poemas que se publicaron en revistas y fanzines limeños póstumamente; y prosigue con el colofón del poeta y narrador Miguel Ildefonso.
La identidad, por consiguiente, pasa a ser una habitación de la que se entra o se sale, para pasar a otra, dentro de las múltiples que se puede asumir o practicar en relación al otro o con uno mismo, en equilibrio o al borde del mismo; esto último representa la portada del libro-homenaje a Oliva: Lima, la ciudad, lo público está afuera, zona en la que no sólo se negocia o asume una identidad en comunicación o comunión con el otro, sino, también, se reduce a un monólogo interno al hacerse de la lógica un arte al caminar por las calles.
El libro-homenaje desarrolla, también, una perspectiva social, ya que el quiebre de la utopía social se dio a finales del 80, dicha utopía es la búsqueda del espacio para desarrollar el equilibrio de los sentidos con música de fondo, y ésta hubiese cubierto como neblina la ciudad de neón dejándola en transparencia, la memoria del tiempo se convierte en acto y ésta hubiese silenciado los bocinazos, para pasar a crear el fuego de los sueños sin culpa en la conciencia. El tiempo es sed o ansiedad de salir del desierto de la palabra y habitar bajo el sol de la belleza. La utopía que se trasluce en la poesía del ángel caído, Carlos Oliva, es búsqueda de ese espacio; la desesperanza se filtra oscureciendo la poesía de Oliva, al saber que no es posible de rozar o ver (la utopía) y por ello atraviesa raudo la calle, en la madrugada, en medio de los apagones.
Lima o el largo camino… sigue un rasgo (de la tradición poética peruana), de manera acentuada, del poemario En los extramuros del mundo -coloquialidad que es plena en los 70, siendo este texto representativo- de Enrique Verástegui: "vamos paseando por Tacora / entre prostitutas y ladrones" ("Primer encuentro con Lezama"), intertextualidad que se refleja en las siguientes líneas: "mientras cruzo por colmena entre prostitutas y homosexuales / que no pueden tirarse un lance conmigo / porque ya me he tirado un lance con la soledad" ("Lima II"). Tacora y Colmena son espacios marginales en los que la violencia, sea esta delincuencial o el comercio sexual que se practica, hacen que el yo poético de En los Extramuros… busqué un diálogo con Lezama, y asirse de compañía en la ficción; y en Lima o el largo camino de la desesperación el yo poético se desliza una vez más a la soledad y hacer de lo uno, múltiple. Lo externo no es equivalente a una posible comunicación, sino, al fortalecimiento de la ansiedad de búsqueda; búsqueda de "algo nuevo" ("Lima II").
En la poesía de Oliva se conjuncionan la lógica matemática -por haber estudiado Matemática Pura en la Universidad Nacional de San Marcos hasta finales del 80-, su experiencia personal, en un paradero ficticio -paradero que es impreciso por el quiebre de la utopía social a finales del 80-, para echarse luego a rutas inmensas en espiral, que giran hacia adentro y afuera, al ritmo de una conciencia que sabe de los límites de sí misma y de los rasgos históricos del cielo: poseída por el consumo y sobre un primaveral bienestar en urbanizaciones enrejadas; mientras las mujeres no escuchan, sólo ven TV, hasta en sueños. Conciencia que no capta, todavía, el estremecimiento de la piel utópica y su posterior derrumbe en un punto dentro de una sucesión de puntos, en los manuales de historia. No lo capta. Y cuando lo hace, el yo poético es y no es Oliva, porque es plena anarquía de la ciudadanía, desorden -vistos por los otros- en ese deposito personal y ficticio que trasuntan las páginas de su libro homenaje.
El personaje de su poesía prosigue hacia el oeste y este tránsito-zona le es imposible-lejano como "Europa de mis bolsillos" ("Lobo estepario") y se aleja aún más "del mundanal silencio de los retóricos" ("Caballo del crepúsculo"), zona que simboliza lo público; el personaje de la poesía de Oliva ante esta certeza regresa hacia el este (lo privado), a su hogar, a la fraternidad de sus amigos, a sí mismo, en pleno dolor y vuelve, finalmente, a los elementos, luego de transitar en la urbe propia y externa y ve en la superficie líquida un "pentagrama de agua" ("Sobre la muerte") que refleja la música de las esferas que Pitágoras disfrutaba, ocasionando una des-conjunción del yo poético con la aparente urbe, para saber que el otoño es su morada.
Poemas de Oliva:
ANATEMA
A Richi Evangelista
Malaventurado el que lee y escucha
Esta poesía:
Palabras como voces de trompetas
Canto de ciento cuarenta mil
Ángeles caídos
Como estruendo de muchas aguas
El demonio se bañaba en ellas
Y no hubo señales
Sólo años de barbarie
La bestia cogió la llave del abismo
Y yo cogí un caballo blanco
Y empecé a cabalgar
.. .. .. . .. ...Un minuto cabalgando
.. .. .. . .. ...Un año cabalgando
.. .. .. . .. ...Mil años cabalgando
Buscando la tierra nueva
Itinerario de aquelarres siniestros
Como lágrimas negras que ruedan
Por mis mejillas, hiriéndolas
Imborrable desamparo del alma
Que cabalga sobre un arcoiris maldito
Y se pierde entre las dimensiones
Sangrientas de un tiempo
Tan desventurado como esta poesía.
EL SUEÑO Y LA MUERTE
A Miguel Ildefonso
Prosigo así, materia de sueño,
A quien olvida un loco esperando el recuerdo,
Avanzando hacia un oasis prohibido,
Donde no existe clamor, desnudez o misterio,
Tratando de alcanzar el horizonte,
O su eterna curvatura de cadena embrujada,
Que perenniza los sueños y los revierte,
Hacia un vértigo oscuro e interminable,
Blanco y negro, vértigo,
Punto volando hacia la nada,
Molécula brutal o fondo.
No ese sueño que vela a la sombra, iluminando
Una inmensa ola negra, descubriendo un dolor
Inesperado, estremeciendo recuerdos inefables.
Sueño que es victoria o fracaso, al llegar la noche.
Sólo habitando la noche, se vence la noche.
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